sábado, 10 de diciembre de 2011

Los deseos de fin de año


Es raro, por esta época todos empezamos a hacer balances y a soñar con un nuevo año maravilloso... y eso tiene su encanto, pero la verdad, es que ya cada vez me cumplo menos la lista, porque me perdí en la mitad de mis propósitos, porque me dio pereza, porque no tuve el suficiente coraje, porque llegaron otras cosas...

Ponerse metas está bueno... soñar, mejor! Pero que no llegue la frustración cuando estemos frente a la hoja manchada del año pasado que prometía miles de cosas. Lo que propongo entonces, es escribir todos los logros de este año por pequeños que sean, cualquier cosa que tuvo valor en su momento, cualquier cambio: el corte de pelo, usar falda, ponerse tacones en un día lluvioso, decirle al jefe que "no", viajar sola, ahorrar o gastar sin temer al futuro... todo lo que haya sido verdaderamente significativo este año.

Creo que ahí realmente está el valor de lo vivido. En lo que logramos en la cotidianidad, en el día a día, en la aguja y el hilo de cada acto...

Ya no quiero ponerme metas elevadas o difíciles, ya no quiero proponerme dejar de fumar, bailar tango, o lanzarme en paracaídas, es más, creo que desde hace algunos años, ya no me propongo nada. Sólo agradezco lo vivido, lo aprendido, lo bailado, lo sufrido, lo perdido... agito la varita mágica, cierro los ojos y pido que todo lo que venga el año entrante, sea para bien, para gozar y crecer.

A todos los chicos que siguen este blog, a todas las cómplices que se toman cinco minutos para leerme, a todos los desprevenidos, muchas bendiciones, mucha alegría, mucha vida, mucho amor... Feliz nuevo ciclo!!!






martes, 29 de noviembre de 2011

¿Qué tienen los treinta y cinco?


“Ponte tus zapatos de tacón y taconea”

Por: Lisseth Angel Valencia

Los treinta y cinco nos pone, a quienes acabamos de entrar a ellos, a cuestionarnos sobre su significado. Ya no tenemos los famosos y glamurosos treinta, y sí nos acercamos a los temidos cuarenta. (Aunque a estas alturas empiezo a descubrir que es más la mala fama, porque al parecer, son una sabrosura.)

Los de treinta y cinco estamos casi que en la mitad. En la mitad de la sociedad que tiene altas expectativas con esta edad, en la mitad de nosotros mismos con nuestras propias expectativas, y en la mitad de la vida promedio.

Empezando por los grandes imaginarios sociales que existen alrededor de esta edad; o más bien, por las imposiciones sociales, a los 35 ya deberíamos tener carro, casa y beca –o en su defecto “deudas”, lo que culturalmente se interpreta como una situación económica más bien definida-. Pero todos sabemos que la situación actual en Colombia es otra y en esta época de la vida hasta ahora estamos empezando a arrancar o a endeudarnos.

Lo que pasa es que a los 35, la generación de nuestros papás, ya tenía mínimo un hijo de doce años y ya había empezado a abonar juiciosamente a la cuota de la casa. Además, los matrimonios amigos ya eran “compadres” entre sí y la auto imagen estaba asociada a la seriedad, la responsabilidad y por supuesto, a la adultez.

En mi caso, los 35 me tomaron por sorpresa, porque me pusieron a verme de frente al espejo y lo que descubrí en medio de mi gran asombro es la evidente aparición de algunas arruguitas y unas canas (bien tapadas por la tintura), también me mostraron mi gran apatía de ir a multitudes y conciertos solo por evitar que me empujen, sumado a la enorme molestia que siento cada vez que me llaman “señora” en todo lado.

Claro, también pasan cosas como que un viernes en la noche prefiero quedarme viendo comedias románticas en mi casa en vez de ir a los estruendosos bares de antes, o que las cenas con los amigos ya no van más allá de las doce de la noche… y quizá la prueba más contundente de mi llegada a la adultez salta a la vista cuando me suelto a hablar de “mis buenas épocas” con jóvenes modelo 85. ¡Qué horror!

El año pasado la palabra “adultez” tan solo se asomaba de vez en cuando en mi ventana, pero este año, me la encuentro cada vez más seguido en lugares insólitos como los que ahora escojo para pasar mi tiempo libre, en mi escritorio, -en medio de tareas aburridas- y en los arrumes de cuentas por pagar cada mes. Al principio, decidí salir corriendo y me hacía la loca, pero exactamente el 10 de agosto de este 2011, me cogió por el cuello, me hizo una llave (estilo cinturón negro) y me doblegó.

Al principio, patalié, grité y me enfurecí (porque era el colmo que me tomara “desprevenida”), pero luego, al quedarme quietica, descubrí que la mejor manera de estar a su lado es no pelear.

De todos modos, cuando me di cuenta que su presencia era inevitable, me asuté, para qué lo voy a negar… y entonces, me puse a pensar a qué le tengo tanto miedo y descubrí que le huyo a convertirme en una adulta seria, acartonada y aburrida… porque desafortunadamente, esos son los parámetros que tengo de los treinta y cinco.

Pero afortunadamente, en simultáneo, también descubrí que de música de fondo en mi vida, sigue sonando una canción de rock estilo “radio friendly unit shifter” de Nirvana, un poco rebelde, un poco densa, un poco trasgresora… y en mis aspiraciones más grandes, continúa encabezando la lista el deseo de conocer países, de recorrer a Colombia, de montarme en lanchas, de nadar en mares tropicales y de conocer a desconocidos.

En esencia seguimos siendo los mismos, tal vez con roles diferentes, ó con disfraces más convenientes a los nuevos roles sociales, lo que está bien, porque uno no puede embalsamarse en “sus mejores épocas” y dejar de tomar de lo que actualmente es y de lo que aspira.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención, es que, precisamente, algunas de mis más serias aspiraciones se han ido transformando, esfumando o reemplazando por otras, a tal punto, que hoy, mi mayor deseo es dedicarme a escribir libros infantiles, crónicas de viajes y llevar a las mujeres a tener vacaciones espirituales… nada de eso ni lo pensaba hace diez años cuando me imaginaba a los 35 totalmente segura de mí misma, como en la cima de una montaña de la que ondeaba la bandera reluciente de mi adultez, donde el eje central era la dedicación a mis oficios laborales formales.

Y por eso, los 35 son enigmáticos, porque desde ellos, es que se empiezan realmente a tomar decisiones relevantes, con algunas lecciones aprendidas a cuestas, con el corazón remendado, con la certeza de poder cumplirse a "uno mismo" y con los planes en remojo.

Mis proyectos personales todavía están en construcción y creo que irán llegando nuevos, unos cuantos se irán transformando y otros los iré consolidando, pero lo que considero realmente importante es poder “tomarse” para empezar a avanzar. Y si de los cuarenta se trata, creo que a esa edad, viene realmente lo bueno…

Nada está escrito, “se hace camino al andar” (y ese dicho sí que es generacional)… Por fortuna no sólo hay un camino, aunque la sociedad insista en que el carro, la casa y las deudas, son el único. Sin embargo, hay cientos de posibilidades, de desviaciones, de trochas y de autopistas para transitar la adultez de manera personal.

Si a mí me dieran a elegir, me quedaría en los 27. Pero lo cierto, es que ese deseo no me lo va a cumplir Aladino y lo mejor que puedo hacer, es inventarme mi propia “adultescencia”, ese estado crossover que toma lo mejor de la adultez y la rebeldía de la adolescencia, para llegar con tranquilidad a los setenta y no rayada desde ya, quejándome porque el tiempo se pasó muy rápido y me volví prematuramente vieja... Así que, desde hoy me doy la bienvenida oficialmente a mis 35.


martes, 13 de septiembre de 2011

Sí, acepto

Por: Lisseth Angel Valencia

Esta historia empieza con mi obsesión de llevar en mi mano un anillo de compromiso con un diamante reluciente y femenino. Con paradas en joyerías, cotizaciones, catálogos…

Fabián, (mi compañero, mi novio, mi marido…) sabe muy bien lo que ha sido eso. Al principio, empezó a rondar en mi cabeza el tema del matrimonio, entonces, mis amigas y yo, diseñamos en nuestras conversaciones delirantes cómo sería el vestido, qué música sonaría, dónde se realizaría…

Del mundo de los sueños, luego pasé a la etapa de la “comercialización” de la idea. Por tanto, tenía que convencer a Fabián de casarse conmigo, con tan mala suerte que no le sonó la flauta y el asunto se volvió cada vez más denso, al punto de convertirse en tema vetado en la relación.

Ahí surgió mi primera pregunta importante: ¿cómo creer en esta relación sin estar casada? La verdad, me quedé congelada, porque así parezca todo lo contrario desde afuera, mi esencia es totalmente similar a la de Susanita, la amiga de Mafalda que siempre está pensando en el esposo, los hijitos y la casita.

La pregunta me puso telúrica. ¿Cómo era posible que el hombre con quien mejor me la he llevado, mi coequipero, mi cómplice…. no se quiera casar conmigo? La primera respuesta fue, casi sacada de una película: “eso demuestra que no se quiere comprometer”, o sino, tan pronto lo propuse, él habría salido corriendo a comprar “ese” anillo y a armar el matrimonio.

Pero no pasó así y tampoco sentía que el tema fuera la falta de amor y de compromiso, porque la evidencia contundente que da el compartir, dormir y aguantarme –en mis malos ratos- demostraban todo lo contrario. Entonces, opté por abandonar la idea y seguir la vida en pareja desde esta nueva perspectiva: sin matrimonio.

Pero por supuesto, mi obsesión por el dichoso anillo de compromiso seguía rondándome la cabeza y yo, continuaba probándome cuanto anillo veía en cada joyería, arrastrando a Fabián para ver si al vérmelo puesto, llegaba el hada del entusiasmo y él se animaba, pero nada…

Como ya Fabián estaba acostumbrado a que lo jalara a todas las joyerías, en esta ocasión para él no hubo ninguna novedad, pero para mí sí, porque había encontrado el anillo que me movió el corazón, tenía esa forma de los anillos de compromiso que tanto me seducen, coronado por una perla bellísima muy sencilla.

Me latió el corazón muy fuerte y por primera vez, no hice show, no traté deconvencerlo, no dije nada… simplemente, me lo medí, pregunté el precio y seguí como si nada esa tarde. Pero algo por dentro me latió y tuve la absolutacerteza de que NECESITABA tenerlo.

Dejé que la ansiedad se me bajara y empecé a diseñar un plan para seducir a Fabián con el fin de que me lo comprara, pero luego, ¿cómo iba a dármelo? Era necesario urdir un plan de compromiso... pero ya estábamos comprometidos el uno con el otro hasta los huesos, entonces, ¿qué esperaba yo obtener de todo ese plan?

Lo mejor de todo, es que el anillo me seguía llamado con voz propia y en uno de esos llamados, me llegó un mensaje clarísimo: ¡necesitaba comprometerme conmigo misma!

No lo podía creer... era totalmente ridículo, era una disculpa mía para tener ese anillo, era un premio de consolación dármelo a mí misma, era renunciar al sueño del anillo entregado por Fabián, con la intención de “comprometernos formalmente”...

De todos modos, el tema me quedó sonando, porque desde hace rato, venía sintiendo que precisamente ESO era lo que le faltaba a mi vida. Un poco de entusiasmo y de compromiso conmigo misma no me vendría nada mal y al contrario, sería la oportunidad perfecta para sellar un acto de amor que venía aplazando desde hace muchos años.

Es indescriptible el miedo que sentí. Me iba a comprometer formalmente conmigo misma y no creía tener la férrea convicción de cumplirme, porque todo este tiempo solo había girado en la idea de recibir el anillo de manos de Fabián para comprometerme con él.

Por fin me puse sensata y me sorprendió la manera como me había abandonado a mí misma. De repente, me sentí con muchas ganas de hacerlo, todo se estaba dando, iba a aprovechar un viaje que tenía al mar para hacerlo ahí, a la orilla del mar, tal como soñaba mi matrimonio.

Escribí mis votos a conciencia, sin comprometerme con más de lo que actualmente me puedo dar, con amor y con ilusión. Al día siguiente en un rinconcito del mar, a pleno rayo del sol, me leí en voz alta lo siguiente:

Yo, Lisseth Adriana Ángel Valencia
me comprometo a:
creer en mí, luchar cada día por ser feliz, optar siempre por mí y por mi bienestar,
sacudirme las telarañas cada vez que sea necesario (...) tomarme, amarme,
perdonarme y vivir una vida maravillosa (...)

No lo podía creer... esa perla en mi mano fue e lmejor regalo que me pude dar en este momento de mi vida. Dije: “Sí, acepto” y al ponérmelo me sentí orgullosa de mí y de mi manera de estar actualmente en la vida. Le pedí mucha fuerza al Universo para poder cumplirme y sobre todo, apartir de ese momento, realmente me sentí lista para poder comprometerme con otro y con las tareas de la vida.

Muchas veces, olvidé mis propias necesidades y sueños, y olvidé echarle agua a mi bello jardín interior. Qué bonito comprometerme ahora con la ardua tarea de cultivar, regar, abonar y vigilar todas esas flores de mi jardín...por eso, hoy invito a todos a que le den una revisada a su jardín y desde hoy, empiecen a pasar más tiempo allí. Se van a sorprender...


miércoles, 23 de marzo de 2011

¡¡¡Wonder woman no existe!!!


La Mujer Maravilla como nos la pintan, no existe.
No somos chicas 10.
Nos equivocamos, podemos cambiar de dirección, andar despeinadas, cantar duro, llorar, mandar todo pal carajo, bailar sin ritmo, ser sentimentales y también pensar en vanalidades...
Podemos engordarnos, enflaquecernos, deleitarnos horas en el ocio...
Wonder woman nos la inventamos nosotras mismas y nos lo creímos, que es lo mejor...
Por eso, a todas las Wonder woman, las llamo a la desobediencia y al descontrol!!!

viernes, 4 de febrero de 2011

Shock postraumático de peluquería


Creo que coincidimos en que en las peluquerías se toman las grandes decisiones y se evidencian los momentos por los que pasamos las mujeres. Si estamos depre, felices, en transición, si queremos cambiar de vida y gritárselo al mundo… Una amiga inclusive realizó un documental llamado “la terapia del pelo” en el que un montón de ventiañeras (en esa época) hablan de sí mismas a través de sus cortes y colores.

Hace ya unos cinco años me rapé toda la cabeza inspirada por una mujer bellísima y muy femenina que aparece en la película cubana “La vida es silbar” y salí feliz de la peluquería a celebrarlo con Catta -amiga del alma y cómplice incondicional-, brindando con un trago de tequila. Al otro día que me levanté, ¡¡¡casi me muero!!! ¿calva yo, a qué hora, por qué, qué me pasó? Eso exactamente es lo que yo llamo “shock postraumático de peluquería”, porque viene casi siempre al otro día cuando te ves al espejo y encuentras a otra en ti, o cuando ese corte de modelito fashion contemporánea que te hicieron se desvanece cuando lavas el pelo y nunca más vuelve a ser el mismo, o para no ir más lejos, cuando pides una cosa y te hacen otra… o cuando cometes el error de dejar todas las decisiones en manos de tu peluquero choco-loco.

Maitena, una humorista argentina que ilustra y escribe sobre mujeres, dice que de nuestras inconformidades “nunca” decimos nada en la peluquería y que las maldiciones y lamentos sí los echamos pero en la calle. Y es verdad. Que tire alguna la primera piedra. También recuerdo a los 12 años mi primer copete “Alf” que mi madre me mandó a hacer en una peluquería muy fansy de Manizales. El peluquero genio de turno me lo cortó pero al revés, yo me quedé callada y llegué a la casa desconsolada a llorar. Es más, a los chicos también les pasa… he visto a mi marido llegar con cortes rarísimos y al preguntarle qué le pasó, me contesta que no sabe en qué momento ocurrió. Hummm, no creo de a mucho…

Y es que la peluquería y el peluquero ocupan un papel muy importante en nuestras vidas. Andar sin peluquero es como tener celular pero descargado. Con el peluquero se echa chisme, también se le cuentan cosas de la intimidad, se raja del país y se habla de farándula. Es más, confieso haber abandonado a un excelente y muy reconocido peluquero por no haber tenido feeling con él. Es que no es justo, yo hablándole de lo que sentía y lo que quería en el pelo y él repartiendo picos entres sus otras clientas, atendiendo llamadas y armando negocios a la vez, el colmo…

Es chistoso, porque uno le dice al peluquero “yo quiero esto, lo otro y aquello” y él termina haciendo lo que sabe o lo que quiere, nos pasa un espejo para que nos veamos el corte por atrás o el color y decimos “perfecto, divino” y luego en la calle nos empezamos a sentir raras, histéricas, ligeramente bellas (pero raras) y la mayoría de las veces, decepcionadas.

La otra bonita de esos grandes cambios que se gestan en las peluquerías es llegar a la casa y que el marido no se dé cuenta o que por el contrario, todo el mundo te arme un escándalo y te digan “¡¡¡ay, pero por qué te lo cortaste, te veías mejor antes!!!”. La verdad, creo que esos comentarios le parten el corazón a la nueva chica que en algún momento soñamos ser en la peluquería y no deberían hacerse, porque ya para qué.

El pelo se las trae con nosotras. El año pasado transité de peliuva a castaña oscura y de ahí a rubia. Ufff… debo decir que en el mes y medio que fui rubia descubrí el mundo de las chicas blondie y esas cabelleras de apariencia sexy demandan bastante atención y cuidados. Pero como si aquellos saltos no fueran suficientes, apenas llegué de mis vacaciones decidí recibir el 2011 pelirroja, el color que creo, es el que mejor me va. (Obviamente esas cosas solo se hacen con la complicidad de la mamá, de las amigas y del peluquero…)

Y a propósito de este último cambio, surgió este artículo, porque llegó a mí el memorable shock postraumático de peluquería: “¿Qué me pasó, y ese rojo por qué tan subido? Estoy loca…” llegó el arrepentimiento mezclado con incomodidad, pero al poco tiempo empecé a disfrutarlo y a gozarme esa nueva yo que ahora soy ante el espejo. La verdad, esa es una de las cosas que más disfruto de ser mujer. Poder reinventarme cuando quiera, cambiar de corte, de color, de tamaño, maquillarme o no hacerlo, pintarme las uñas, y entrar y salir de mí misma hasta encontrar una que me guste y transmita cómo me estoy sintiendo en ese momento.

Además les quiero compartir este fragmento que encontré en el blog: http://elcolumpiodemaia.blogspot.com/2009/05/despeinate.html


“Lo realmente bueno de esta vida, despeina…

- Hacer el amor, despeina.
- Reírte a carcajadas, despeina.
- Viajar, volar, correr, meterte en el mar, despeina.
- Quitarte la ropa, despeina.
- Besar a la persona que amas, despeina.
- Jugar, despeina.
- Cantar hasta que te quedes sin aire, despeina.
- Bailar hasta que dudes si fue buena idea ponerte tacones altos esa noche, te deja el pelo irreconocible…
Así que cada vez que nos veamos yo voy a estar con el cabello despeinada”.

Y esto lo digo yo: “hagamos lo que se nos dé la gana con nuestro pelo…”

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Y les recomiendo un libro que va al pelo: “La vida te despeina” de Angeles Mastreta.