viernes, 4 de febrero de 2011

Shock postraumático de peluquería


Creo que coincidimos en que en las peluquerías se toman las grandes decisiones y se evidencian los momentos por los que pasamos las mujeres. Si estamos depre, felices, en transición, si queremos cambiar de vida y gritárselo al mundo… Una amiga inclusive realizó un documental llamado “la terapia del pelo” en el que un montón de ventiañeras (en esa época) hablan de sí mismas a través de sus cortes y colores.

Hace ya unos cinco años me rapé toda la cabeza inspirada por una mujer bellísima y muy femenina que aparece en la película cubana “La vida es silbar” y salí feliz de la peluquería a celebrarlo con Catta -amiga del alma y cómplice incondicional-, brindando con un trago de tequila. Al otro día que me levanté, ¡¡¡casi me muero!!! ¿calva yo, a qué hora, por qué, qué me pasó? Eso exactamente es lo que yo llamo “shock postraumático de peluquería”, porque viene casi siempre al otro día cuando te ves al espejo y encuentras a otra en ti, o cuando ese corte de modelito fashion contemporánea que te hicieron se desvanece cuando lavas el pelo y nunca más vuelve a ser el mismo, o para no ir más lejos, cuando pides una cosa y te hacen otra… o cuando cometes el error de dejar todas las decisiones en manos de tu peluquero choco-loco.

Maitena, una humorista argentina que ilustra y escribe sobre mujeres, dice que de nuestras inconformidades “nunca” decimos nada en la peluquería y que las maldiciones y lamentos sí los echamos pero en la calle. Y es verdad. Que tire alguna la primera piedra. También recuerdo a los 12 años mi primer copete “Alf” que mi madre me mandó a hacer en una peluquería muy fansy de Manizales. El peluquero genio de turno me lo cortó pero al revés, yo me quedé callada y llegué a la casa desconsolada a llorar. Es más, a los chicos también les pasa… he visto a mi marido llegar con cortes rarísimos y al preguntarle qué le pasó, me contesta que no sabe en qué momento ocurrió. Hummm, no creo de a mucho…

Y es que la peluquería y el peluquero ocupan un papel muy importante en nuestras vidas. Andar sin peluquero es como tener celular pero descargado. Con el peluquero se echa chisme, también se le cuentan cosas de la intimidad, se raja del país y se habla de farándula. Es más, confieso haber abandonado a un excelente y muy reconocido peluquero por no haber tenido feeling con él. Es que no es justo, yo hablándole de lo que sentía y lo que quería en el pelo y él repartiendo picos entres sus otras clientas, atendiendo llamadas y armando negocios a la vez, el colmo…

Es chistoso, porque uno le dice al peluquero “yo quiero esto, lo otro y aquello” y él termina haciendo lo que sabe o lo que quiere, nos pasa un espejo para que nos veamos el corte por atrás o el color y decimos “perfecto, divino” y luego en la calle nos empezamos a sentir raras, histéricas, ligeramente bellas (pero raras) y la mayoría de las veces, decepcionadas.

La otra bonita de esos grandes cambios que se gestan en las peluquerías es llegar a la casa y que el marido no se dé cuenta o que por el contrario, todo el mundo te arme un escándalo y te digan “¡¡¡ay, pero por qué te lo cortaste, te veías mejor antes!!!”. La verdad, creo que esos comentarios le parten el corazón a la nueva chica que en algún momento soñamos ser en la peluquería y no deberían hacerse, porque ya para qué.

El pelo se las trae con nosotras. El año pasado transité de peliuva a castaña oscura y de ahí a rubia. Ufff… debo decir que en el mes y medio que fui rubia descubrí el mundo de las chicas blondie y esas cabelleras de apariencia sexy demandan bastante atención y cuidados. Pero como si aquellos saltos no fueran suficientes, apenas llegué de mis vacaciones decidí recibir el 2011 pelirroja, el color que creo, es el que mejor me va. (Obviamente esas cosas solo se hacen con la complicidad de la mamá, de las amigas y del peluquero…)

Y a propósito de este último cambio, surgió este artículo, porque llegó a mí el memorable shock postraumático de peluquería: “¿Qué me pasó, y ese rojo por qué tan subido? Estoy loca…” llegó el arrepentimiento mezclado con incomodidad, pero al poco tiempo empecé a disfrutarlo y a gozarme esa nueva yo que ahora soy ante el espejo. La verdad, esa es una de las cosas que más disfruto de ser mujer. Poder reinventarme cuando quiera, cambiar de corte, de color, de tamaño, maquillarme o no hacerlo, pintarme las uñas, y entrar y salir de mí misma hasta encontrar una que me guste y transmita cómo me estoy sintiendo en ese momento.

Además les quiero compartir este fragmento que encontré en el blog: http://elcolumpiodemaia.blogspot.com/2009/05/despeinate.html


“Lo realmente bueno de esta vida, despeina…

- Hacer el amor, despeina.
- Reírte a carcajadas, despeina.
- Viajar, volar, correr, meterte en el mar, despeina.
- Quitarte la ropa, despeina.
- Besar a la persona que amas, despeina.
- Jugar, despeina.
- Cantar hasta que te quedes sin aire, despeina.
- Bailar hasta que dudes si fue buena idea ponerte tacones altos esa noche, te deja el pelo irreconocible…
Así que cada vez que nos veamos yo voy a estar con el cabello despeinada”.

Y esto lo digo yo: “hagamos lo que se nos dé la gana con nuestro pelo…”

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Y les recomiendo un libro que va al pelo: “La vida te despeina” de Angeles Mastreta.