miércoles, 16 de octubre de 2013

Así, como cuando uno se desubica...




Es curioso, al tratar de escribir la palabra "desubica", mi corrector de ortografía no la reconoció y yo, paradójicamente me lancé a escribir sin saber muy bien cómo empezar esta nota...

Pues bien, qué mejor comienzo, que admitir que estar desubicado es para muchos un síntoma inequívoco de estar en la mala, está asociado a la adolescencia o lo que es peor, a los looser; porque estar desubicado en la edad adulta resulta inadmisible.

Hace unos meses dejé mi trabajo (y también todo lo que ello implica) y un colega a quien me encontré en la escalera, me preguntó con cara de sincera preocupación: "y ahora qué vas a hacer?" y yo hice una pausa, pensé muchas respuestas de esas que lo hacen a uno quedar bien, pero ninguna me sonó y lo único que salió fue: "hummmm, no sé... estoy como desubicada....".

Sé que para mi colega fue como un baldado de agua fría porque tal vez se imaginó, o que la tenía clarísima, o que iba a entrar en melodrama... Y pues ante tal respuesta lo único que pudo fue reír y fingir que no pasaba nada.

Al principio me sentí muy rara al responderlo de manera tan natural, pero a los pocos minutos me sentí felizmente liberada. Liberada de mi, de todas esas altas expectativas que uno se pone, del qué dirán y del resto de convencionalismos sociales que constantemente te exigen en la adultez saber para dónde vas, qué vas a hacer y por cuánto te vas a endeudar...


Luego vino un gran descubrimiento personal y entendí que me puedo desubicar de vez en cuando y todas las veces que lo requiera. Que "es bueno estar en la ruta y equivocar el camino..." como dice Fito Páez. Que resulta siendo un gran regalo de la vida parar, tomar aire y sentirse desorientado, porque desde esa perspectiva, cualquier ruta es provechosa...

lunes, 2 de septiembre de 2013

Mi héroe!!!


Hace poco hablaba con mi amiga Sasha sobre la inmensa responsabilidad que le damos a nuestra pareja al enamorarnos, y entre carcajadas terminamos sorprendidas al ver la cantidad de exigencias que le hacemos. Primero, queremos que sea casi perfecto, y ahí empieza la lista...

Que sea divertido, que nos defienda del coco, que sepa exactamente el día y la hora que necesitamos "la bolsita de agua caliente", que le parezca el mejor plan del mundo ir de compras y que se camine vitrina tras vitrina con buena actitud, y que además, nos de su opinión sobre el color, el modelo y la talla que nos queda mejor...

También, esperamos que sea un ganador, que siempre sepa lo que quiere con su vida, que sea solvente económicamente hablando y que tenga un buen trabajo, eso sí!


Pero la lista sigue: que sea sexy, detallista, carismático (entiéndase: caerle bien a los papás, los amigos, los jefes...) , que no sea muyyyy aficionado al fútbol, que le guste ver comedias románticas, que sea un duro con los arreglos locativos y que se sepa una que otra palabra romántica en otro idioma...

A estas pequeñas exigencias, viene el interrogante: con quién nos esperamos encontrar? Con Superman? Pobres hombres!!!!

No se trata de defenderlos, pero caramba! Todas sabemos que la lista sigue y que podemos llegar a ser bastante complejas y exigentes. Por tanto, con toda certeza puedo decir que estamos ante el síndrome del Príncipe Azul que lentamente nos hemos ido creyendo y conviertiéndolo en nuestra realidad, porque digamos la verdad, cuando uno de nuestros "requisitos" no viene con el susodicho, nos empezar a inquietar, luego a molestar y por último, a frustrar!

Lo que creo es que a nuestra pareja le estamos endilgando nuestra felicidad. "Que sea divertido", claro! Pero para que nos saque del aburrimiento del que no sabemos salirnos solas. "Que le caiga bien a nuestros amigos", porque dependemos todo el tiempo de la opinión de los demás... y así por el estilo....

Todas lo sabemos! Ya está comprobado que el hombre perfecto no existe. Pero por extrañas razones estamos obstinadas en "conseguirlo". Y sinceramente, creo que llegó el momento de mirar a nuestros hombres con mayor conciencia de lo que son: seres humanos reales, con defectos, movimientos internos y ritmos diferentes a los nuestros.

Hombres que en medio de su imperfección, de pronto algún día nos van a fallar, en otra oportunidad lo van a reparar, o se van a ir y en otras, van a regresar. Esa es realmente la esencia de los encuentros.

Pero como queremos Súper Héroes a nuestro lado, nos negamos y de paso, les negamos la posibilidad del error y de la autenticidad dentro de lo masculino.

Puedo parecer muy a favor de los chicos, pero luego de contar con la bendición de un padre admirador de las mujeres, un esposo maravillosamente imperfecto y unos amigos bellos, creo que también es preciso hacerles reconocimientos, y de paso, reconocer nuestros propias limitaciones en lo que tanto les exigimos a ellos.

La grandeza de la energía masculina es importante para nosotras, (que todo el tiempo estamos pretendiendo ser las "chicas 10" ), porque precisamente esa energía nos recuerda que todo es más sencillo de lo que pensamos.

De lo que se trata es de mirar lo esencial. No de justificar sus ausencias, faltas o descuidos, pues al tema le siguen saliendo aristas, ya que tampoco es un argumento permanecer al lado de un hombre porque "es bueno". Lo suficientemente bueno como para dejar morir la relación ante sus ojos, lo suficiente para quedarse congelado para crecer y de paso , dejarnos volar; lo suficiente, para aburrirnos hasta la médula.

La clave en realidad es preguntarnos por lo que en esencia nos aportan esos hombres más allá de nuestros espejismos y exigencias...

Esto es una opinión muy personal, pero creo que el valor del encuentro con otro, radica en desmontarnos del viejo cuento de la media naranja, donde se presume que andamos naturalmente incompletos y pasar a la imagen que nos regala la danza, en la que uno sube mientras el otro baja, uno entregando y otro recibiendo...

Nadie dijo que es fácil ver al otro con los ojos de la realidad y renunciar al Súper Héroe, pero sé que los encuentros reales son posibles y gratificantes.








jueves, 10 de enero de 2013

El poder de las faldas

 





No es por nada, pero desde que empecé a usar faldas y vestidos hace como unos siete años, muchas cosas cambiaron en mi vida, para bien...

No se exactamente cómo empezó mi deseo de usar falda, pero recuerdo que en la universidad usaba unos vestidos largos y anchos, que combinaba orgullosamente con unas botas militares (nada cómodas a decir verdad) y aun así, me sentía "diferente", creo que un poco más femenina, no lo sé muy bien, pero sí recuerdo que cada vez que me ponía ese vestidito verde todo el mundo tenía algo para decirme.

Ahí todavía mi contacto con esa prenda era muy tímido y de todos modos, me ponía falda porque me inquietaba lo que me decía mi madre, quien insistía en que la falta de uso de falda, seca las piernas. Y bueno, a decir verdad, eso no era precisamente lo que quería que le pasara a mis extremidades.

El caso es que con el paso del tiempo, el deseo de usar faldas se volvió cada vez más fuerte y un día fui con mi madre a comprar oficialmente la primera. Era de jean, hasta la rodilla y cuando salí del vestier con ella puesta, me sentí cómoda y muy satisfecha.

Ese fue el primer paso, pero luego vino el gran reto de ponérmela. Porque, a cuántas de nosotras no nos ha pasado que compramos algo que consideramos "osado" y dura ahí en el closet guardado indefinidamente? Y el asunto de fondo era que le temía a mostrar mis piernas, que era tímida y que los piropos de los hombres me espantaban...

Ahora me da risa, pero me decidí a escribir sobre este tema porque hablando con chicas, me di cuenta que no solo a mí me pasaba en ese entonces, le sigue pasando a muchas, y por ese tipo de temores íntimos, cantidades de mujeres se privan de usarla.

He escuchado de todo, el que más me gusta es este "no, yo no soy de ese tipo de mujeres que usa falda".. Ahí inmediatamente sin disimularlo, hago cara de espanto y digo: y quién no, sino una mujer para usar falda, cuál es el tipo de mujer?

Increíblemente somos nosotras las que tenemos una cantidad de imaginarios y prejuicios femeninos en torno al tema de las faldas... También escucho con frecuencia decir "es que soy muy bajita y no me quedan bien", "uy, no... me siento rara", "uno después de los cuarenta y tantos ya no debe usar falda, es ridículo".
Mejor dicho, es que como me la paso indagando sobre el tema, tengo toda suerte de argumentos, que en ultimas, la verdad, solo reflejan nuestros temores. Porque lo que hay detrás de todo esto, es un miedo espantoso a conectarnos con nuestra feminidad.
El tema con las faldas es que nos dejan al descubierto, no nos protegen como lo hace un pantalón, nos dan libertad, nos embellecen, nos empoderan, y la verdad, nosotras no estamos acostumbradas a sentir nuestra feminidad desde ahí.

La sentimos más desde el maquillaje y los accesorios... pero, le puedo decir a las que no usan falda, que ninguno de estas expresiones se compara al uso de la falda.

Y es que su uso le recuerda a nuestro subconsciente que somos mujeres, para permitir que nos reconozcamos a nosotras mismas como tal y nos reconozcamos también las unas a las otras como mujeres, como manada que somos.

Fácil, no? Pero como estamos tan extraviadas en nuestra cotidianidad asumiendo tantos y tan variados roles, se nos olvida un poco quienes somos y cual es nuestra naturaleza. Lo más bonito es que las faldas y los vestidos están ahí para eso, fácil y amorosamente.

Entonces, a todas las invito a atreverse, a ponerse una, y a liberar esas piernas y esas caderas a ver cómo se sienten, y a las que ya la usan, las invito a seguir haciéndolo y a contarles a otras sobre su experiencia con esta prenda arquetípica y poderosamente femenina.