Por: Lisseth Angel Valencia
"Ponte tus zapatos de tacón t taconea"
Cuando termina un matrimonio, lo normal es repartir los bienes, pero lo más difícil no son las cosas, porque esas se recuperan con el tiempo. Lo realmente duro es “cómo repartimos los amigos”, coreando a las españolas de la banda Ella Baila Sola.
Yo ya pasé por esas y la repartición, además de dejarme sin casa, me dejó sin mis amigos hombres, lo que me llevó a una triste etapa de vacío y soledad. Sin embargo, en ese período oscuro pero afortunado, aparecieron las chicas en mi vida y de ahí en adelante todo cambió.
Desde la Universidad preferí los hombres y la cosa se ponía mejor si yo era la única mujer del grupo. Claro, me cuidaban pero al mismo tiempo me sentía a la par con ellos, lo que me permitía ser la “ruda” del salón.
Pero lo que realmente disfrutaba era cuando me decían orgullosos: “Uy pelada, a usted sólo le faltan un par de huevos…” ah, ¡qué maravilla! Estaba cerca del mundo masculino, era parte de ellos. Las demás eran solo unas chicas rosa aburridas que se reunían a criticar y a maquillarse en el baño.
Con los chicos pasé buenos momentos y viví muy buena parte de mis recuerdos juveniles. Con ellos entré al fabuloso mundo del rock and roll y salté en cada uno de los Rock al Parque eufórica. Me enamoré y desenamoré de un par de ellos y conocí a Bogotá desde sus entrañas.
Pero regresando al tema de la separación, llegado el momento, los amigos también se fueron paulatinamente. Recuerdo mucho estar en un bar pasada de copas, llorando despechada en medio de mis nuevos compañeros de trabajo, sintiéndome sola y desubicada, cuando de la nada apareció Sasha mirándome fijamente con ojitos intuitivos preguntándome: ¿estás recién separada?
No lo podía creer… nadie sabía, era el secreto mejor guardado en mi trabajo porque recién entraba. Sorpresivamente se me fue la borrachera, tomé aire y entré en llanto. Me tomó del brazo y me arrastró hasta el baño. Ese baño donde tanto criticaba el encuentro entre “viejas”. Pues ahí estaba teniéndome de las paredes mientras le contaba a una desconocida toda mi historia como si la conociera hace años.
Hablé sin parar, y en simultáneo entraban y salían chicas del baño, no sin antes abrazarme y darme frases de aliento. ¿Qué estaba pasando allí? De dónde habían salido esas que se solidarizaban fácilmente conmigo sin saber lo que me pasaba… al final de la llorada, con los ojos hinchados aparecieron las risas y regresé a la pista a bailar “sola”.
Al otro día recibí una llamada de Sasha a chequear si seguía viva. Fue un descubrimiento increíble. Tras ella se reveló el mundo de lo femenino que básicamente consistía en una gran red de soporte emocional, que actuaba como una telaraña de la que ninguna se caía por más telúrica que estuviera. Chicas que vivían juntas por temporadas, que hacían colectas para que una de ellas se fuera de viaje si así lo requería, que se limpiaban los mocos y las lágrimas amorosamente y sin pena de llegar a pasar por “intensas”. Ahí llegué en medio de mi crisis existencial y más tarde se fueron uniendo otras con todas sus pérdidas y ganancias a cuestas.
Como las telarañas se tejen, las reuniones entre chicas resultaron parecerse a esos antiguos costureros de las abuelas donde cada una puntada a puntada nos íbamos fortaleciendo y apoyando, en medio de las cocinas, las llamadas telefónicas a cualquier hora, los correos, los abrazos y los fantásticos aquelarres.
En medio de esos milenarios encuentros entre “brujas” posmodernas aparecieron los tacones, los labios rojos, las narraciones amorosas y las nuevas búsquedas. Desde aquél momento hasta ahora, nunca he sentido que no vale la pena tener amigas, nunca he sentido que son una sarta de chismosas envidiosas (una de las quejas más frecuentes entre mujeres). Al contrario, cada logro mío es de todas, el abrigo rojo nuevo es de la que lo necesite para verse bonita, los aprendizajes son colectivos y por supuesto, ninguna necesita ser “ruda” para estar en el parche.
Eso sí, los chicos siempre son y serán bienvenidos. Afortunadamente ellos son la energía complementaria, los que le ponen el caramelo al postre, los que se ríen de nuestras ocurrencias y relatos intensos, y los que nos sacan a bailar cuando ya ven que estamos pegadas a la silla de tanto cotorrear. Así somos, entre nosotras la pasamos bien. Nos tenemos las unas a las otras con la seguridad de estar sostenidas por una telaraña invisible que nos acompaña cual cinturón de seguridad.
"Ponte tus zapatos de tacón t taconea"
Cuando termina un matrimonio, lo normal es repartir los bienes, pero lo más difícil no son las cosas, porque esas se recuperan con el tiempo. Lo realmente duro es “cómo repartimos los amigos”, coreando a las españolas de la banda Ella Baila Sola.
Yo ya pasé por esas y la repartición, además de dejarme sin casa, me dejó sin mis amigos hombres, lo que me llevó a una triste etapa de vacío y soledad. Sin embargo, en ese período oscuro pero afortunado, aparecieron las chicas en mi vida y de ahí en adelante todo cambió.
Desde la Universidad preferí los hombres y la cosa se ponía mejor si yo era la única mujer del grupo. Claro, me cuidaban pero al mismo tiempo me sentía a la par con ellos, lo que me permitía ser la “ruda” del salón.
Pero lo que realmente disfrutaba era cuando me decían orgullosos: “Uy pelada, a usted sólo le faltan un par de huevos…” ah, ¡qué maravilla! Estaba cerca del mundo masculino, era parte de ellos. Las demás eran solo unas chicas rosa aburridas que se reunían a criticar y a maquillarse en el baño.
Con los chicos pasé buenos momentos y viví muy buena parte de mis recuerdos juveniles. Con ellos entré al fabuloso mundo del rock and roll y salté en cada uno de los Rock al Parque eufórica. Me enamoré y desenamoré de un par de ellos y conocí a Bogotá desde sus entrañas.
Pero regresando al tema de la separación, llegado el momento, los amigos también se fueron paulatinamente. Recuerdo mucho estar en un bar pasada de copas, llorando despechada en medio de mis nuevos compañeros de trabajo, sintiéndome sola y desubicada, cuando de la nada apareció Sasha mirándome fijamente con ojitos intuitivos preguntándome: ¿estás recién separada?
No lo podía creer… nadie sabía, era el secreto mejor guardado en mi trabajo porque recién entraba. Sorpresivamente se me fue la borrachera, tomé aire y entré en llanto. Me tomó del brazo y me arrastró hasta el baño. Ese baño donde tanto criticaba el encuentro entre “viejas”. Pues ahí estaba teniéndome de las paredes mientras le contaba a una desconocida toda mi historia como si la conociera hace años.
Hablé sin parar, y en simultáneo entraban y salían chicas del baño, no sin antes abrazarme y darme frases de aliento. ¿Qué estaba pasando allí? De dónde habían salido esas que se solidarizaban fácilmente conmigo sin saber lo que me pasaba… al final de la llorada, con los ojos hinchados aparecieron las risas y regresé a la pista a bailar “sola”.
Al otro día recibí una llamada de Sasha a chequear si seguía viva. Fue un descubrimiento increíble. Tras ella se reveló el mundo de lo femenino que básicamente consistía en una gran red de soporte emocional, que actuaba como una telaraña de la que ninguna se caía por más telúrica que estuviera. Chicas que vivían juntas por temporadas, que hacían colectas para que una de ellas se fuera de viaje si así lo requería, que se limpiaban los mocos y las lágrimas amorosamente y sin pena de llegar a pasar por “intensas”. Ahí llegué en medio de mi crisis existencial y más tarde se fueron uniendo otras con todas sus pérdidas y ganancias a cuestas.
Como las telarañas se tejen, las reuniones entre chicas resultaron parecerse a esos antiguos costureros de las abuelas donde cada una puntada a puntada nos íbamos fortaleciendo y apoyando, en medio de las cocinas, las llamadas telefónicas a cualquier hora, los correos, los abrazos y los fantásticos aquelarres.
En medio de esos milenarios encuentros entre “brujas” posmodernas aparecieron los tacones, los labios rojos, las narraciones amorosas y las nuevas búsquedas. Desde aquél momento hasta ahora, nunca he sentido que no vale la pena tener amigas, nunca he sentido que son una sarta de chismosas envidiosas (una de las quejas más frecuentes entre mujeres). Al contrario, cada logro mío es de todas, el abrigo rojo nuevo es de la que lo necesite para verse bonita, los aprendizajes son colectivos y por supuesto, ninguna necesita ser “ruda” para estar en el parche.
Eso sí, los chicos siempre son y serán bienvenidos. Afortunadamente ellos son la energía complementaria, los que le ponen el caramelo al postre, los que se ríen de nuestras ocurrencias y relatos intensos, y los que nos sacan a bailar cuando ya ven que estamos pegadas a la silla de tanto cotorrear. Así somos, entre nosotras la pasamos bien. Nos tenemos las unas a las otras con la seguridad de estar sostenidas por una telaraña invisible que nos acompaña cual cinturón de seguridad.
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