Es curioso, al tratar de escribir la palabra "desubica", mi corrector de ortografía no la reconoció y yo, paradójicamente me lancé a escribir sin saber muy bien cómo empezar esta nota...
Pues bien, qué mejor comienzo, que admitir que estar desubicado es para muchos un síntoma inequívoco de estar en la mala, está asociado a la adolescencia o lo que es peor, a los looser; porque estar desubicado en la edad adulta resulta inadmisible.
Hace unos meses dejé mi trabajo (y también todo lo que ello implica) y un colega a quien me encontré en la escalera, me preguntó con cara de sincera preocupación: "y ahora qué vas a hacer?" y yo hice una pausa, pensé muchas respuestas de esas que lo hacen a uno quedar bien, pero ninguna me sonó y lo único que salió fue: "hummmm, no sé... estoy como desubicada....".
Sé que para mi colega fue como un baldado de agua fría porque tal vez se imaginó, o que la tenía clarísima, o que iba a entrar en melodrama... Y pues ante tal respuesta lo único que pudo fue reír y fingir que no pasaba nada.
Al principio me sentí muy rara al responderlo de manera tan natural, pero a los pocos minutos me sentí felizmente liberada. Liberada de mi, de todas esas altas expectativas que uno se pone, del qué dirán y del resto de convencionalismos sociales que constantemente te exigen en la adultez saber para dónde vas, qué vas a hacer y por cuánto te vas a endeudar...
Luego vino un gran descubrimiento personal y entendí que me puedo desubicar de vez en cuando y todas las veces que lo requiera. Que "es bueno estar en la ruta y equivocar el camino..." como dice Fito Páez. Que resulta siendo un gran regalo de la vida parar, tomar aire y sentirse desorientado, porque desde esa perspectiva, cualquier ruta es provechosa...